Como toda verdad que se pretende absoluta, ésta no acepta ser puesta en discusión. Si uno intenta debatir temas de la economía y de la política se ve forzado a aceptar como condición previa que esa lógica económica es la única norma válida. Quien se niega a reconocerla, quien no acepta que la oferta y la demanda que nos impone el inestable mercado mundial de capitales es el único argumento sensato, pareciera no tener derecho a opinar ni a ser escuchado.
Sin embargo, y a riesgo de ser vistos como "locos", debemos animarnos a discutir la validez de esa precondición que se nos impone. Ante todo, porque los efectos de esa lógica son devastadores. Sólo un ejemplo: en medio de la "estabilidad", el mercado mundial determina el aumento del precio de los granos, y entonces también en la pampa argentina -granero del mundo— el precio de la bolsa de harina aumenta al doble, y al doble trepa también el precio del pan nuestro de cada día...
Cabe preguntarnos: como cristianos protestantes, ¿debemos someternos sin más a los enunciados de esa lógica? ¿Debemos someternos también espiritualmente a esta salvaje dinámica del ajuste? ¿Acaso la Biblia no nos dice nada al respecto? ¿Será que Jesús mismo fue ajeno a este tipo de problemas; o es que quizás en su tiempo no existían?
Entonces, ¿por qué no someternos también nosotros hoy a la implacable lógica de la eficacia económica como criterio sociopolítico, si el Señor mismo parece no haberla cuestionado?
Pero veamos... Leemos en el Evangelio de Lucas que al acercarse Jesús a Jerusalén se había generado en la gente una tremenda expectativa de pronta realización del Reino de Dios. Al parecer, muchos esperaban que Jesús, el Mesías-Rey, se haría cargo del poder político y religioso en la ciudad capital de Palestina. Ante esas expectativas, Jesús -como era su costumbre- relata una parábola (Lucas 19,11-27). Releyéndola con atención podemos descubrir qué pensaba Jesús sobre el modelo de administración política y económica vigente en su tiempo. Es más, Lucas no deja dudas en cuanto a la duras críticas que Jesús tenía contra el mismo.
La parábola de Jesús empieza presentándonos a un individuo de noble origen que, para ser coronado rey de su país, viaja a la capital del imperio (versículo 12). Evidentemente no era querido por sus conciudadanos, que de inmediato envían una delegación para evitar su designación como rey sobre ellos (vs. 14). Aparte de sus ambiciones políticas, este individuo era dueño de una fortuna considerable, ya que encarga a diez empleados suyos el cuidado y administración de sus capitales durante su ausencia (vs. 13).
Su viaje en busca del poder político es un éxito y regresa con el titulo real. De inmediato manda llamar a sus empleados para controlar los resultados de la gestión económica realizada por cada uno de ellos. Como nuevo rey necesita disponer de un equipo de administradores para las ciudades de su territorio, y el criterio de aptitud para asignarles ese cargo lo proporciona la eficacia económica que hayan demostrado. El más hábil de sus encargados obtuvo una ganancia del mil por ciento. Nadie cuestiona cómo logró ese "milagro económico", los números hablan por sí solos. Sin lugar a dudas se trata de un excelente administrador, que será capaz de controlar las recaudaciones e ingresos que generen diez ciudades: ¡él las hará rendir como si fueran cien! (vs. 15-17). Pero no todos han sido tan eficaces. De un segundo empleado se nos dice que "sólo" logró una tasa de rendimiento del 500 por ciento. Pero también él es útil para integrar el equipo de gobernadores. El criterio es simple: tanto logra multiplicar, tanto recibe para gobernar. Pues se trata de invertir, arriesgar y ganar sumas exorbitantes. La eficacia económica determina la lógica política.
Pero de pronto la fila de exitosos administradores se rompe. El relato nos confronta con un temeroso perdedor; un empleado que no ha ganado nada, que no fue eficaz. ¿Por qué? Al parecer porque conocía la lógica que solía aplicar su amo. El flamante rey era alguien que tomaba lo que no había prestado y cosechaba lo que no había sembrado (vs. 20-21). Su ética no era una ética de trabajo y producción, sino de especulación financiera en circuitos paralelos. Era alguien acostumbrado a lucrar con lo que en rigor de verdad pertenecía a otros.
Enfrentado al hecho, el nuevo monarca le recrimina con furia su ineptitud a ese encargado. Es tan inútil, que ni siquiera supo correr un riesgo razonable e invertir el capital en los circuitos financieros oficiales. Porque si hubiera puesto el dinero en un banco, por lo menos ahora se podrían cobrar los intereses (vs. 22 y siguientes). Alguien así no sirve para el modelo económico en el que sustenta su proyecto político el nuevo rey. Por eso lo despide, no sin antes quitarle lo poco que tenía para dárselo al que tenía más. Lógico, porque éste lo incrementará con total eficacia -fuera de los circuitos financieros oficiales.
La actitud del rey es tan dura que suscita un atisbo de solidaridad entre los hasta ese momento colegas del fracasado. "Señor, ¿no se le estará yendo un poco la mano, cuando le da más al que ya tiene mucho, y deja sin oportunidad de volver a intentarlo al que apenas tenía algo?" (ver vs. 24). Pero no logran conmover al rey, porque la lógica de la eficacia económica es inmune a este tipo de razonamientos, el capital no tiene corazón ni patria. En este modelo no hay lugar para sensiblerías. Y como para que no queden dudas sobre cuál es el esquema fundamental de su plan económico y político, el flamante rey explica su lógica: "a todo el que produce, se le dará, pero al que no produce, se le quitará hasta lo que tiene" (vs. 26 y siguientes). Los que sean capaces de multiplicar el capital inicial -y no importan los métodos: se puede reclamar donde no se invierte y cosechar donde no se corrió riesgo de producir- van a ser premiados por el sistema con mayor responsabilidad política. Los que no generen ganancias exorbitantes, sufrirán las consecuencias.
A esta altura del relato uno no puede más que preguntarse: ¿qué consecuencias cabe esperar de un modelo así? Un modelo cuyo único parámetro es la ganancia desmedida en un sistema de inversiones que permite rendimientos a corto y mediano plazo del 1000 ó del 500 por ciento? Jesús no deja lugar a dudas. En el pasaje final de esta terrible parábola da la respuesta: la última consecuencia de esa lógica es la extrema violencia política, el terrorismo de Estado. Los conciudadanos que se habían opuesto a ese modelo -y recién ahora sabemos qué motivos tenían para oponerse a que ese individuo llegara a ser su rey- son ejecutados por orden suya (vs. 27). La consecuencia final de esta lógica económica convertida en único criterio sociopolítico es la violencia ejercida desde el centro de poder contra quienes se atreven a disentir con él: "tráiganlos acá y decapítenlos delante mío."
Por eso, si el Evangelio sólo sirviera para confirmar nuestras impresiones de la realidad, si la Palabra de Dios revelada en Jesucristo no nos ayudara más que a confirmar esa cruel y angustiosa situación que nos toca vivir, no sería Buena Noticia. Dios suele cuestionar y criticar el orden de cosas que nosotros damos por irreversible. Y por eso, lejos está él de aceptar una lógica con efectos tan destructivos para la sociedad. Es más, en las palabras de Jesús la cuestiona hasta su misma médula.
Dios no avala la especulación económica, ni la cultura del despilfarro -consecuencia de la primera- como estilo de vida evangélico. Dios no se identifica con los inversores que recogen donde no siembran, e implacables reclaman débitos donde nada prestaron. El Evangelio sigue siendo buena noticia porque, entre otras cosas, justamente no avala la lógica salvaje de la eficacia económica. Por eso debemos rechazarla como condición previa para el debate.
La paz de Dios no es compatible con una más o menos sutil violencia económica que hace que los que tienen poco, cada vez tengan menos, mientras los que tienen de más, cada vez tengan más todavía. Porque Dios es Dios y su Reino no es de este modelo, es que los cristianos protestantes podemos y debemos protestar, planteando nuestro desacuerdo con la lógica de la eficacia económica como único criterio para diseñar el futuro de nuestros países y el de nuestros hijos.
¿Cómo leemos las parábolas?
(1) En nuestra tradición cristiana hemos sido acostumbrados a interpretar el sentido de una parábola como si éste siempre estuviera referido a Jesucristo. Esto es natural, ya que a la luz de su muerte y resurrección las comunidades cristianas lo empezaron a ver a él como eje y centro del mensaje que les había dejado. Sin embargo, antes de su ejecución, cuando Jesús recorría Palestina predicando a la gente, no era él el centro y eje del mensaje que comunicaba; él no se proclamaba a sí mismo, sino que hablaba del Reino de Dios. Jesús anunció la buena noticia de la cercanía del reinado de Dios: "Sucede con el Reino de Dios como cuando..." Por eso, una forma posible de reinterpretar una parábola es preguntarse por su sentido antes de ese corrimiento en los énfasis del mensaje cristiano que provocó la Pascua. ¿Cómo pudo haber sonado esa misma parábola, pero referida al Reino de Dio.? ¿Cómo entendía Jesús que era ese Reino de Dios que el proclamaba? ¿Tenía similitudes con las formas de reinar y los reinos que la gente conocía? ¿O era muy diferente? ¿Y en qué consistían las diferencias?
(2) Además se suele suponer que las parábolas expresan su sentido en "clave". en un lenguaje "codificado": que el verdadero sentido de la parábola no es el que nos trasmite la dinámica (el guión) manifiesta del relato, sino algo mucho mas profundo, que a primera vista queda "oculto". Ya los mismos evangelistas nos inducen a ello, por ejemplo cuando interpretan -alegorizando- la parábola del sembrador. Pero si la trama "visible" de la parábola tiene un sentido propio. ¿por que no animarse a reflexionar también sobre ella? Quizas no siempre resulte imprescindible "decodificar" una parábola para poder encontrar su "verdadero" sentido. Por lo general, la acción que transcurre en las parábolas (el guión) es muy real, muy vital. Entonces. ¿qué pasa si nos quedamos en ese nivel real, cotidiano de la parábola, sin decodifcarla o traducirla?
(3) Las parábolas que nos trasmiten los evangelios ya no reflejan la "forma original" de la parábola tal cual la pudo haber pronunciado Jesús. Marcos, Mateo y Lucas recogieron formas de parábolas acuñadas por una tradición comunitaria previa. Además las integraron a la estructura de su propio relato sobre Jesús. Por eso. la "misma" parábola no necesariamente apunta a la misma idea central, según la haya adaptado y nos la relate Mateo, Lucas o Marcos. De acuerdo al interés particular de cada uno de ellos, el sentido de una parábola puede quedar resaltado con énfasis distintos. De aquí que sea posible y legítimo preguntarse: ¿Que función cumple tal o cual parábola contada en ese preciso lugar de ese Evangelio particular?
publicado originalmente en:
Revista Parroquial (de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata/ Buenos Aires)
Año 100 / Numero 11 (noviembre 1995) 10-13.
reeditado en:
La Nueva Humanidad (Selecciones de Espiritualidad Cristiana/ Buenos Aires) Año 1/ Número 1 (diciembre 1999 / enero-febrero 2000) 94-99.
en traducción al inglés:
"Reflections on the Economic Model in the Light of Luke 19:11-27"; en: Canadian Ecumenical Jubilee Initiative: Jubilee, Wealth & The Market; Toronto 1999, pp. 47-51.
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