De tanto en tanto ilustran las páginas de esta revista reproducciones de grabados realizados hace 500 años por el artista alemán Alberto Durero. Hay varias razones para ello: la delicada maestría de sus láminas, su simpatía por el movimiento de Reforma protestante iniciado por Lutero y la enorme popularidad que ciertos motivos de su obra alcanzaron en los siglos diecinueve y veinte.
En algunos hogares evangélicos aún hoy es posible encontrar colgada en la pared una reproducción de las Manos unidas en oración (1508, imagen). Discretamente, con su etéreo y piadoso gesto, esas manos dan testimonio de la espiritualidad con la que se identifica ese hogar. Quien se detiene a observar la obra ve unas manos sin rostro, sin entorno, sin situación concreta. ¿Apenas un gesto piadoso fuera del tiempo y del espacio?
Después de completar su formación, viajando e intercalando estadías de aprendizaje en los Países Bajos, el valle del alto Rin e Italia, se estableció como maestro con taller propio en Nuremberg. Su círculo de amistades incluía a miembros del Consejo, destacados y los predicadores Juan von Staupitz y Wenceslao Linck. Estos dos monjes agustinos pertenecían a la misma orden de Lutero, con quien mantenían fluida comunicación y de cuyos escritos eran asiduos lectores y difusores.
Su fama también vinculó a Durero con el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Maximiliano I, para quien realizó varias obras. Además conoció al reformador suizo Ulrico Zwingli y a Felipe Melanchthon (colega e íntimo colaborador de Lutero en Wittenberg).
En una carta que a comienzos de 1520 Durero envió a Jorge Spalatin (capellán y secretario del príncipe Federico de Sajonia) le expresa su admiración por Lutero, a quien esperaba poder conocer personalmente y retratarlo.
En su lectura de los escritos de Lutero, Durero había captado que para el cristiano lo fundamental no era exteriorizar su fe personal con obras piadosas y mediante el cumplimiento de innumerables exigencias eclesiales, sino creer confiadamente que la muerte liberadora de Cristo y el gratuito perdón divino de los pecados lo reconciliaban con Dios.
Desaparecido
En abril de ese año, Lutero se presentó ante la asamblea de los representantes políticos que se reunió en la ciudad alemana de Worms, donde reconoció ser el autor de una serie de obras impresas y se negó a retractarse de lo que había escrito en ellas. Cuando regresaba hacia Wittenberg desapareció sorpresivamente en medio de un confuso episodio. En realidad había sido retenido por orden del príncipe Federico de Sajonia, máxima autoridad política en el territorio al que volvía Lutero. Por su seguridad, debía permanecer secretamente en un castillo ubicado en los bosques aledaños a la pequeña ciudad de Eisenach.
¿Cómo repercutió la noticia del „secuestro y desaparición “ de Lutero en sus seguidores (qué ignoraban que se trataba de un ardid de Federico para protegerlo)?
En las anotaciones sobre su viaje por los Países Bajos Alberto Durero nos legó un vivo testimonio de la indignación y el desconsuelo que le causó la noticia, que le hizo temer lo peor. Durero sospechaba que los responsables del secuestro y posible muerte de Lutero eran “la sede romana” aliada con la “injusta tiranía del poder secular”. Ellos eran quienes más se perjudicaban con la libertad que Cristo obtuvo para sus seguidores, descrita por Lutero en su obra La libertad del cristiano, de 1520.
“Si aun vive o si lo han asesinado, no lo sé, pero tuvo que sufrir esto por causa de la verdad cristiana y por haber criticado al impío papad, que con su pesada carga de imposiciones humanas brega contra la liberación que dio Cristo, y también porque así se nos roba y sustrae nuestra sangre y sudor, que tan vergonzosamente devora gente blasfema y ociosa, mientras la gente pobre y enferma debe morir de hambre. (...) El papa por dinero, traicioneramente y oponiéndose a Dios le quita la vida. (…) ¡Mira lo que ha hecho la injusta tiranía del poder secular y la fuerza de las tinieblas! (...)
Durero, que había leído los panfletos publicados por ese “justo varon, iluminado por el Espíritu Santo”, sabía del engaño religioso al que se sometía a la gente. El sistema elcesial cargaba sus desvaríos e imposiciones humanas sobre las conciencias para engrosar las arcas de falsos pobres, de monjes mendicantes que en retribución por sus oraciones e intercesiones ante Dios, recorrían las ciudades y así quitaban los mendrugos a la gente realmente pobre y desamparada que moría de hambre.
“Por eso todo aquel que lee los libros del doctor Martín Lutero, vea cuan clara y transparente es su doctrina, pues presenta al santo Evangelio. [...]. ¡Oh Dios, si Lutero está muerto, en adelante quién nos presentará el santo Evangelio con tanta claridad! ¡Ay Dios, qué más nos habría escrito todavía en los próximos diez o veinte años! ¡Oh, todos ustedes, cristianos piadosos, acompáñenme con fervor en el lamento por este individuo de espíritu divino y pidan a Dios que nos vuelva a enviar otra persona iluminada!”
Su “lamento por Lutero” muestra cómo lo había afectado la noticia, pero también revela que Durero combinaba un lenguaje de profunda piedad cristiana, impregnado de imágenes bíblicas, con una aguda percepción de la realidad social y política en la que estaba inmerso. Esa intensa combinación de fe y realidad se reflejó en sus óleos, sus dibujos y sus grabados; y sumada a la maestría de sus trazos, hace excepcionales sus obras.
Relectura del Apocalipsis
De la enorme producción de Durero se han conservado más de 500 obras, entre óleos y grabados en planchas de cobre y de madera, y más de 900 dibujos y bocetos. (Entre éstos últimos las famosas "Manos unidas en oración" (un boceto que realizó para uno de los doce apóstoles presentes en la "Asunción y coronación de María", un retablo que Durero pintó en 1508 por encargo del mercader Jacobo Heller de Frankfurt.)
En su taller, Durero no producía únicamente costosos óleos, que le encargaba una elite de altos dignatarios y ricos mercaderes. Mediante ilustraciones grabadas en madera o en cobre prefería reproducir cientos de láminas en blanco y negro, mucho más accesibles para el bolsillo de la gente común.
Con esta técnica, capaz de difundir masivamente el arte entre la gente, Durero ilustradó y actualizó magníficamente el Apocalipsis, a través de una serie de 16 grabados en madera, publicados por vez primera en 1498 y reeditados en 1511. En una de las láminas de la serie, el emperador y el papa aparecen a merced del ángel vengador (en el grabado, reproducido parcialmente en la imagen contigua, el emperador se reconoce por la corona real y el papa por la tiara de tres coronas). La injusta tiranía del poder secular y la fuerza de las tinieblas no escapan a la ira divina (Apocalipsis 9,13-19).
Para Durero, en mayo de 1521, esa eterna alianza entre las tenebrosas fuerzas eclesiales y el poder político volvía a derramar la sangre inocente de un varon iluminado como Lutero. Las imágenes del Apocalipisis bíblico, que él había poblado con personajes de su propio tiempo más de veinte años atrás, ahora volvían a cobrar vida: “Cristianos, ruegen a Dios por ayuda, pues su sentencia se acerca y se manifiesta su justicia” , escribía durante su viaje.
Pensando en el pueblo
Entre los motivos de ese arte para la gente, gozaban de gran popularidad las series de láminas representando la pasión de Jesucristo. Durero produjo tres series completas de la pasión de Jesús, en las que los personajes y los lugares actualizan el mensaje bíblico en medio de un paisaje y una realidad social muy similar a la que rodeaba a las personas que adquirían esos grabados.
En este arte renacentista cristiano contemplar el camino de la cruz no aleja de la realidad, sino que sumerge la vivencia de fe en medio del mundo. Así la Pasión mayor (serie de 12 grandes grabados en madera, publicados como librillo en 1511) muestra en su portada a un "Cristo doliente" expuesto a las burlas de su torturador.
Éste último viste a la manera de los soldados mercenarios en tiempos de Durero y Lutero. Y el Cristo, con sus manos devotamente entrelazadas y su mirada puesta en quienes miran la lámina, parece afirmar su disposición a encarnarse una y otra vez en el drama humano que le toca vivir a la gente.
Abatimiento, tristeza y soledad es también lo que transmite a quienes lo miran, el “Cristo doliente” en la portada para la Pasión menor (serie de 38 pequeños grabados en madera, publicados como librillo en 1511).
Una estocada por la espalda
Hay una gran sensibilidad en Durero para plasmar la dimensión violenta y trágica que impregnaba la sociedad de su tiempo. Sensibilidad que que afloró en el texto escrito bajo la impresión que le causó la noticia del “secuestro“ de Lutero. Por eso cabe preguntarse: ¿cuál pudo haber sido la opinión de Durero sobre los reclamos de los campesinos, a quienes tan vivamente retrató en sus dibujos y grabados? Es difícil saberlo, porque no quedan referencias directas suyas sobre aquellos sucesos.
En varias regiones alemanas, los campesinos habían comenzado desde mediados de 1524 a reclamar más libertades, menos impuestos y mejor trato por parte de sus señores. A comienzos del año siguiente empezaron a sublevarse masivamente contra la opresión de los poderosos. Pero la insurrección popular fue reprimida rápidamente con extrema violencia: miles de campesinos fueron masacrados por los ejércitos mercenarios de los príncipes. Los sobrevivientes fueron sometidos a un severo control y a condiciones de trabajo aún más duras que las que habían generado sus anteriores reclamos.
Un cuestionamiento abierto a esta política represiva de las autoridades podía generar serios problemas a quien se animara a hacerlo. Pero la crítica del artista se manifestó por otra vía. En 1525 Durero publicó un libro sobre aspectos teóricos vinculados a la confección de obras de arte. En un pasaje del mismo, dedicado al diseño de columnas conmemorativas, Durero ilustró sus recomendaciones con tres ejemplos. Entre ellos llama la atención el detallado boceto para una columna conmemorativa de la victoria de los príncipes sobre la insurrección campesina.
En el texto adjunto a los bocetos Durero explica que, en el diseño de este tipo de columnas conmemorativas, tradicionalmente suelen incorporarse “las armas del enemigo vencido, como prueba de su poder y peligrosidad.“
La fina ironía y la crítica solapada de Durero a la violencia represiva de los señores feudales surge, porque en la composición que él propuso para la hipotética columna de la victoria sobre los campesinos ¡no aparecen armas de ningún tipo! Durero solo incorporó las herramientas de trabajo, los enseres y los animales típicos de la paupérrima realidad campesina de su tiempo. Es cómo si preguntara a los poderosos de su tiempo: ¿dónde radica el „poder y la peligrosidad“ de ese „enemigo“ que tan violenta y represivamente han vencido?
Sobre un gallo y una gallina aprisionados en un estrecho corral (que sirve de contraparte a la base formada por ovejas, cerdos y bueyes maniatados) "va sentado un campesino apesumbrado y atravesado por una espada“, describe Durero en el texto. La espada clavada por la espalda y su postura lo dicen todo: ese “campesino abatido” es un “Cristo doliente”.
Alberto Durero falleció en Nuremberg el 6 de abril de 1528. Nunca vio realizado su deseo de encontrarse personalemente con Lutero. No pudo legarnos el retrato "de ese cristiano varón que a él le ayudó a superar grandes angustias ». Pero sí nos legó una vasta obra, incluidas sus Manos unidas en oración".
¿Manos sin rostro, manos sin entorno, sin situación concreta? ¿Apenas un gesto piadoso fuera del tiempo y del espacio? No. En la obra de Durero siempre son las manos de seguidores y seguidoras del Cristo doliente; son manos unidas en oración, sí, pero resistiendo la violencia de la injusta tiranía del poder secular y la fuerza de las tinieblas.
Bibliografía: Erwin PANOFSKY: Vida y arte de Alberto Durero, (Ed.
Este artículo fue publicado originalmente en:
Revista Parroquial (Iglesia Evangélica del Río de la Plata / Buenos Aires)
Año 106/12 (diciembre 2001) 14-17
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